Orgullo y humildad

Aunque no sepamos exactamente qué pasó en ese primer momento en que muchos de los seres espirituales se rebelaron a Dios, los teólogos creen que los pecados que movieron a esos espíritus rebeldes fueron pecados espirituales, ya que no pueden tener tentaciones carnales, dado que son seres espirituales sin cuerpos físicos. Y muchos piensan que el mayor de los pecados capitales es el orgullo.

Me imagino que la perspectiva puede variar a través del tiempo, pero no me extrañaría que fuera así siempre. El estatus y la imagen han prevalecido en las civilizaciones a lo largo de la historia de la humanidad. Aun en nuestro tiempo, el orgullo nos persigue tanto a religiosos como no religiosos, en ocasiones, en las presentaciones menos esperadas. Sin embargo, últimamente no es poco común ver una exaltación del orgullo en el mundo secular. Lo que los cristianos reconocemos como malo, el mundo quiere no solo aceptarlo, sino ponerlo en un pedestal. Pero esta estrategia es autodestructiva, porque el orgullo en las personas no lleva a la amistad o la harmonía, sino que siempre conlleva a una competitividad destructiva, en la que una persona orgullosa no se sentirá bien hasta ser mejor que los demás. Una sociedad compuesta de personas así solo puede acabar en su propia destrucción.

La persona orgullosa cree que es mejor que los demás en cualquier aspecto. Y se siente insegura, si se da cuenta de que no lo es, trata de ocultarlo, y tan pronto como sea posible trata de superar a quien considere superior, sin nunca haberlo aceptado como superior. Y no hay que ver hacia afuera al pensar en el orgullo. Casi todos sufrimos de este mal, de una forma u otra. Es difícil reconocer el orgullo en uno mismo — y se podría decir que es humillante cuando finalmente se reconoce. Pero hay una pista inminente: si te molesta el orgullo que ves en la otra persona, ten por seguro que ese mismo orgullo está en ti, si es que no es más alto. Entre más te moleste, más debes sospecharlo. Una persona sin orgullo puede también reconocer el orgullo, pero no le molesta.

¿Qué tanto piensas en ti mismo?

Es un buen punto de partida. Si en algún momento te das cuenta de que piensas que eres una muy buena persona, sobre todo en comparación con tantas malas personas en el mundo, esa sería la señal de que estás siendo orgulloso.

No ayuda el que la palabra se utilice de dos formas diferentes. No tiene nada de malo estar orgulloso de un trabajo bien hecho, o estar orgulloso de tu hermano por haber ganado un premio, o de tu hijo, o de tu familia… por haber hecho algo bien hecho. Alegrarse por haber hecho un bien es apenas de esperar. Pero este mismo orgullo, que es sencillo y al que no hay que dedicar más de unos momentos, se puede fácilmente convertir en el tipo de orgullo que debemos evitar. Estar orgulloso por haber hecho un buen trabajo está bien; estar orgulloso por haber hecho un buen trabajo porque soy una persona tan buena, capaz, inteligente… es ahí cuando estoy pasando al otro lado. Es más fácil de reconocer esta diferencia en los demás. No hay nada más molesto que una persona que piensa que es tan buena… si no eres cuidadoso, te volverás ciego a tu propio orgullo, e irónicamente todos los demás lo verán en ti.

Lamentablemente, es un gran obstáculo en la vida espiritual, porque cuando se empieza a tener consciencia de un crecimiento espiritual, tratamos de hacerlo “bien”, y no es difícil caer en la trampa de pensar que ya somos buenas personas, o al menos mejor que ciertas otras…

Es propicio recordarse a sí mismo que la vida espiritual es de lo que podemos lograr por nosotros mismos, y que si logramos avanzar en ella no es porque seamos muy buenos, sino por la gracia y la ayuda que Dios nos ha dado. Por eso la forma de combatir el orgullo es entregándonos a Dios, pidiendo sus gracias, que nos ayude a ser humildes, a pesar de nosotros mismos. Y rogar por Su perdón.

Dios nos llama a ser humildes. En contraste con el orgullo, en el mundo, la humildad no tiene buena reputación. Está en contra de todo sentido común, según las reglas del mundo. El estatus socioeconómico, académico, nuestro nivel de inteligencia o atletismo o decencia, o incluso la cantidad de trabajo duro que realizamos. Aprendemos a alardear, o al menos a no esconderlo, e incluso a aparentar un estatus que no tenemos. Y en contra de toda lógica humana, Dios nos llama a ser humildes.

Esto no quiere decir que nos llame a ser mendigos, o a ser tontos, feos, indecentes, a no trabajar, ni a aparentar ser así. No se trata de que los demás crean que somos menos, sino sencillamente que no busquemos el que la gente piense que somos buenos.

”Una persona humilde no es alguien que piensa poco de sí mismo, sino alguien que piensa poco en sí mismo.”

Es una cita que nunca he sabido de quien es, pero lo explica bien. Dios no nos llama a que pensemos poco de nosotros mismos; al contrario, Él nos ha creado para Su gloria, nos ha dado sus gracias, bendiciones y diferentes dones, no debemos negarlos. Pero tampoco debemos regocijarnos en ellos como si fueran nuestros. En lugar de eso, nos llama a pensar en los demás, usar nuestro cuerpo y nuestros talentos y capacidades para el servicio de otros. Y más allá de eso, en nuestros corazones, en lugar de desear honores para nosotros mismos, desear lo mejor a los demás.

Sé que a muchas personas no les suena tan bien esto. Yo misma tuve reservas la primera vez que me enfrenté a esta idea. Pero entre más leo escritos de santos, más me doy cuenta de que nuestros estándares de por sí están alterados por la moral corrompida del mundo. Dios no quiere que yo sea menos; Él quiere que yo sea más. Pero para ser más tengo que ser más con Él. No hay otra forma, soy creación de Dios, entre más me acerco a mi creador, más tengo de su brillo; entre más me alejo, más opaco me vuelvo. Es cuando me rindo ante Él que logro ser la versión más completa de mí misma; mientras que las veces en que tercamente he impuesto mis reglas y las del mundo, he perdido me brillo, me he sentido perdida.

Comprendo que para estar más cerca de Dios, tengo que perder interés en las cosas más preciadas en el mundo: estatus, posesiones, seguridad, etc. El orgullo me lleva por caminos que me alejan de Dios, me llena de mí misma y no deja lugar a otros, no deja lugar a Dios en mi vida. Me hace egocéntrica, me impide apreciar o ver la bondad de los demás, que son también sus criaturas, a quienes debo amar.

Orar por humildad es orar para ser menos al mundo. Es reconocer lo que soy, que no es nada sin Dios. Solo así podré ver las maravillas de sus obras, lo que hace en otros, y lo que hace en mí.

Comments

No comments yet. Why don’t you start the discussion?

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *