Lo que el cielo no es

Hay muchas personas que rechazan el cristianismo como un conjunto de ideas tontas y anticuadas, que han de haber sido desechadas en cuanto la ciencia las ha desplazado. En parte, somos nosotros mismos los cristianos quienes han causado este rechazo, cuando hemos representado mal la Fe, sea por actuar mal (somos tan humanos como los no creyentes, solo que se nos exige más) o por no conocer de lo que hablamos, y así ayudar a prolongar una mala concepción de lo que son los dogmas de la Iglesia.

Uno de los temas peor representados es lo que llamamos “el cielo”. Hablamos de el cielo como si se tratara de de un lugar lindo al que irán las personas buenas después de morir. Y decimos que las malas se irán al infierno. Esto en principio, no es del todo incorrecto, pero es demasiado simplista, como lo que se le diría a un niño pequeño para convencerlo de que se porte bien. Pero aunque este tipo de definiciones sean las apropiadas para un niño pequeño, no se debería hablar de temas escatológicos con la misma simplicidad a personas que no son niños pequeños, porque rechazarán tal simplicidad, y de paso también la verdad que hay detrás.

La verdad es que en esta vida imperfecta, en la que sufrimos para encontrar señales de Dios, en la que ni siquiera podemos apreciar bien las menores de sus inmensas bondades, en la que no somos capaces de percibir completamente la belleza frente a nuestras narices, nuestra imaginación está limitada a lo que conoce, que es poca cosa. Así que hablar de esa visión beatífica, de lo que sería el Cielo, estar en la presencia de Dios, no es algo que nos podamos imaginar, o de lo que podamos hablar completa y acertadamente con nuestro vocabulario terrestre. Las pistas más cercanas, son esos momentos de intensa añoranza, porque muy en el fondo sabemos que estamos hechos para algo más. En esta Tierra la mayor de las felicidades está atada al más frustrante dolor de no ser capaces de completamente asumir esa felicidad. El Cielo no es así.

Es por eso que la mejor forma que tendríamos de describir las cosas de Dios es describirlas negativamente. La añoranza es un querer, es un desear lo que no se tiene, y en el Cielo no habrá tal añoranza, sino que seríamos parte de eso que no tenemos aquí en la Tierra, pero para lo que hemos sido hechos desde el principio. Es imposible imaginar la belleza celestial desde nuestra perspectiva, así que lo único que podemos es pensar en posibles analogías, teniendo en cuenta que es más lo que no se parecen que lo que se parecen al verdadero Cielo.

Pero lamentablemente, en los momentos menos brillantes de nuestra historia, se ha recurrido a analogías muy pobres de lo que podría ser el cielo, centrándose en los gustos de nuestra experiencia terrenal, olvidándose de aquella luz celeste, que si bien no podemos ver de frente, no deberíamos alejar la mirada de ella, para voltearnos y mirar las pobres imitaciones de la Tierra. Es entonces cuando nos encontramos con imágenes de que el Cielo está hecho de mis cosas favoritas. Si te gustan los carros deportivos, entonces en el cielo tendrás los mejores autos deportivos. Si sueñas con unicornios, en el Cielo tendrás el más bello unicornio. Si aspiras o recuerdas unas vacaciones en una isla desierta con clima ideal, entonces así será el cielo para ti, y si te gustan los libros, o el algodón de azúcar, tendrás montones de libros o algodón de azúcar en el cielo.

No es de extrañar que haya tantos que rechazan esta visión del Cielo, porque no parece estar inspirada en el Ser Divino supremo, sino que parecen más bien idealizaciones de niños de primaria, fácilmente explicadas por la psicología. Es claro que hay un elemento psicológico, pero la psicología solo explica lo que ya es, y lo que sabemos los cristianos es que el Cielo es una promesa que no solo viene de nuestra mente y nuestro desear, sino de un acontecimiento que ha tenido lugar en la historia, y que podemos corroborar en la Biblia.

No, no tenemos una respuesta satisfactorias para explicar lo que es el Cielo, pero podemos meditar sobre a algunas de las pistas que ya tenemos:

  • En el Cielo estaremos directamente en la presencia de Dios, que, lo sepamos o no lo sepamos, es la respuesta, la satisfacción a todo lo que hemos anhelado, lo que no tenemos y nos ha hecho falta en esta vida mortal.
  • Hay personas que ya están ahí, alabando a Dios. Son sus amigos de nuestra propia especie. Son los santos.
  • Alabar eternamente a Dios no tiene nada de aburrido, por muy poco atractivo que pueda sonar desde nuestra perspectiva terrenal. Hay más de mil formas de alabarlo, y es lo que nuestro corazón desea. Solo cuando no tengamos pedazos de pecado cubriéndonos podremos entender la pura alegría de alabar eternamente a Dios.
  • Las cosas buenas de esta tierra, si no nos apegamos mucho a ellas, son un reflejo, opaco y borroso, pero aun así un reflejo de la bondad infinita de Dios que nos espera en el cielo. Pero depende de nosotros si aprovechamos esas cosas buenas de la Tierra para ver a Dios en ellas, o si las volvemos nuestros ídolos, nuestro fin último, lo que queremos en lugar de Dios.
  • Autores en el pasado nos han dejado mejores analogías. Una de mis favoritas es de C.S. Lewis, sobre la alegría infinita que no comprendemos (no es directamente sobre el cielo, pero nos da una noción de la magnitud de lo que nos perdemos al imaginarnos que se trata de cosas tan insignificantes): “Somos criaturas mediocres, jugando con bebidas y sexo y ambición, cuando la alegría infinita se nos ha sido ofrecida: como un niño ignorante que solo quiere seguir haciendo pasteles de lodo en un charco porque no puede imaginarse lo que se le ha ofrecido cuando lo invitaron a unas vacaciones en la playa. Nos damos gusto demasiado fácilmente.

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